‘La condición quebradiza’ por Jorge Morales Corona

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La plaquette ‘La condición quebradiza’ de Jorge Morales Corona ha recibido Mención Honorífica en la cuarta edición del Premio de Poesía »Descubriendo Poetas«, celebrado en Ciudad Guayana, Venezuela, el 21 de febrero de 2020, de la mano del jurado conformado por Diego Rojas Ajmad, Carmen Rodríguez de Craig, Francisco Arévalo, Deivys Castellanos y Jatniel Villarroel. El Premio fue repartido entre los poemarios escritos por Marco Dagluck y Luis Glod.

La plaquette digital ha sido producida por Adolfo Fierro Zandón, con colaboración artística de la fotógrafa iraní Nahid Hatamiz en la portada y el artista checo Štěpán Karásek para el interior. La misma contó con el patrocinio de Fierro Zandón, Natalia Gorriti e Ignacio Poveda.

El ebook puede ser leído en ISSUU o descargado gratuitamente a través de este blog.

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UNI6: Los ángeles vendrán mañana

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Los escalones de entrada (o salida) de un microbús están llenos de tantas pisadas que el metal se confunde con la mugre, la indiferencia con el apuro e, incluso, la severidad con la indulgencia. Cada uno de ellos podría contar una historia grimosa, emocionante o alegre. Sobre ellos nos hemos enamorado, obstinado o hecho el peor de nuestros actos. Los escalones, testigos mudos también de todo aquello que sucede sobre ellos, proveen un espacio de encuentro y contemplación a lo que sucede dentro y fuera de esta comunión de cuerpos con el calor de la aglomeración.

Más de una vez uno viaja parado encima de ellos, mira hacia las afueras para no sentir el ahogo del pasillo o desviar olores difíciles de arrancar de la memoria. Es ahí, apretujado entre una señora de perfume penetrante y un hombre de mediana edad encorvado por el cansancio, que le miro a los ojos. Detrás de su iris esconde la pasión de su calvario. La tarde cae entre nubes algo difuminadas hacia el oeste que tratan de bloquear tanto resplandor, y él da dos pasos y se acomoda el bulto en su pequeña espalda.

En la piel se ven los días que han pasado sin tocar el agua, la epidermis percudida de nuestra sociedad de desinteresados. En su tez oscurecida guarda varias mañanas de desazón, aunque él no sepa que eso tiene nombre. Sé que no le interesa saber si algo tiene nombre porque lo único que quiere hacer es sobrevivir; sobrevivir a ese peso que carga sobre la espalda, una bolsa de basura negra pesada para su fuerza residual. Tiene el nombre del asfalto: ahuecado, inservible, poroso y débil.

Él es la calle que todos transitamos y no lo sabe. Es una pintada política en una pared indiferente que reza: »Lo que Maracaibo quiere«.

Pero, ¿qué quiere la ciudad? ¿A dónde van a morar los individuos que aguardan entre los dientes amolados de esta soledad citadina, esta paupérrima sensación de plenitud? Al otro lado de la calle, junto a la parada de Bella Vista, está el vacío creciendo en sus ojos, detrás de su iris apagado, color atardecer sombrío.

Tendrá algunos siete años, con varios huesos que hacen relieves sobre esas cañadas y matorrales que forman su cuerpo. Él es una sensación de accidente, un deseo incontrolable de experimentar la procreación inescrupulosa. Por eso desvía la mirada, la reparte entre una niña que le acompaña, algo menor que él y el bebé que cuelga de los brazos de la madre, obligados a soportar su pequeño cuerpo. Ella lo toma con uno y con el otro rebusca entre el plástico curtido de desechos, la basura de los oligarcas, para ellos: víctimas del bloqueo, como dirían los esquizoides del poder.

Un hombre, algo cerca de ellos, también rebusca y saca botellas de plástico que son depositadas luego en la bolsa negra que carga el niño. Pero ya no puede con ella y sus manos se sueltan del plástico. Algunas de las botellas se salen y se desperdigan a lo que la mujer, presumiblemente la madre, detiene la búsqueda para utilizar la mano libre y castigar la debilidad con un golpe, para luego volver al oficio inicial cuando el niño comienza a recoger el reguero.

Cuando el microbús comienza a moverse veo que los nómadas del plástico comienzan a andar también en su caravana particular. Es imposible no recordar la leyenda cristiana del ángel caído, ese que desafió a Dios para igualarlo. Tal vez esos niños también lo desafiaron y vinieron a caer en esta ciudad de hormigón hediondo, habitada por una caterva obediente a los designios de otro.

Él me mira por última vez antes que la distancia nos haga perder el contacto y la señora que me aprieta y me mantiene unido al conglomerado apunta: »ojalá los ángeles vengan mañana y los cuiden«.

Por un breve espacio de tiempo la ciudad se oscurece, víctima de una fluctuación eléctrica, y se vuelve a encender envuelta en su indiferencia corrosiva.

UNI6: Las horas de nuestros años

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El dossier de personajes que viajan cada día en la ruta de UNI6 es tan amplio que con el tiempo pasan a ser parte del imaginario colectivo que es asiduo al microbús. Los hay dramáticos, extrovertidos, melancólicos o expansivos. Se les ve de vez en cuando, entre los asientos, como pequeños luceros que hacen vida dentro de ese espacio reducido, caliente y monótono y es imposible no reconocerles con una sonrisa, cada individuo vive otra realidad cuando dejan salir el personaje que algunas veces prefieren esconder.

Los ojos de Marta, esa mujer callada en principio pero que un día se atrevió a recitar poesía en los microbuses, tienen el brillo de lo intangible, una beldad que fulge como dos cristales por los que se puede intuir, más nunca saber, el universo escondido tras ellos. Mira a varios pasajeros, los detalla, hace con los labios varias muecas que forman palabras mudas, versos de un poema engendrado en el instante de subir al microbús.

La primera vez que los ojos de Marta se posaron en mí fue en 2015, un día que visité la Facultad de Humanidades, en ese paraje inhóspito de la ciudad universitaria de Maracaibo. Juan me la presentó luego de haber presenciado un performance del poema »Presente indefinido« de Hesnor Rivera, como parte del desarrollo de su tesis. En su mirada pude escrutar el universo levantándose tras la vergüenza y la modestia al agradecer el cumplido que le dimos los presentes.

Marta es de esas mujeres de apariencia frágil pero con tesón incorruptible. En sus palabras se adivinaba su necesidad de hacer país a través de la poesía, de los grandes poetas venezolanos, de los más jóvenes, de aquellos poemas gestados en los grupos culturales del siglo XX. Decía que su ciudad natal, Valera, en ese entonces era una urbe fría, obligada a no sentir. »¿Sentir qué?«, le preguntó alguien. »La vida, sea lo que sea eso«, contestó.

Alguien una vez me comentó sobre su lucha contra la introversión. Le recomendaron clases de teatro y poco a poco mejoró, pero el pavor a lo expresivo fue algo que la siguió privando de algunas cosas hasta abril de 2017, cuando su primo fue asesinado en las protestas nacionales. La leyenda de esa chica que algunos días sorprendía con performances en la facultad, creció cuando comenzó a subirse a los buses a declamar poesía. Poesía contra las balas, había bautizado el pequeño grupo de poetas que se subieron por poco tiempo en los buses.

Hace poco más de tres años que no la veo y tenerla nuevamente frente a mí no evita que recuerde la primera vez que la vi declamar, con esa fuerza en la garganta, ese dolor incólume en su presencia, los versos de Rivera cuando escribe: »Volveré a verte/ y será de nuevo ayer«.

Vuelvo a sus ojos, la chica que se encuentra sentada junto a ella, quizás enclaustrada en el cansancio del día que termina o en el conflicto diario en la casa, no percibe el poema, el silbido que deja cada mueca que hace Marta al mover los labios encontrando las palabras para describir su viaje, mientras deja su mirada por las aceras solitarias de la tarde, en el sopor del atardecer marabino.

La llamo por su nombre, la saco del rito de la palabra y encuentro su emoción al verme. Ella siempre ha sido de hablar poco, ahorrando expresiones para decir oraciones más precisas y certeras. Hablamos sobre la poesía, el viaje en bus y sus clases de teatro. El próximo mes se sube al escenario del Teatro Baralt. Repite algunas cosas que en un punto de nuestro corto tiempo de conocernos le habré escuchado años atrás pero en ella hay una emoción tan hermosa que es imposible no sonreír.

Hablamos de contactarnos, de contarnos la ciudad. Siempre la ciudad. La ciudad y el microbús serpenteando por su vientre caluroso.

Yo me bajo antes que ella con una promesa pendiente por cumplir: una cita con el recuerdo y la poesía. Nos reuniremos algún día de estos, cuando quede tiempo luego del quehacer diario hospitalario, para compartir por algunas horas nuestros años, acortar los tiempos y meterlos en oraciones simples, quizás en versos, quién sabe. Marta tiene el aura de lo breve y poderoso. Una plenitud escondida en cada palabra.

Desde afuera vuelvo a mirarla y tras el cristal de la ventana recuerdo nuevamente el poema de Rivera, las veces que lo leí por lo hermoso de sus versos y recuerdo unos que se han quedado conmigo por tanto tiempo que ahora parece una clase de mantra: »El pasado por simple puede/ que exista pero sólo/ como un área y una atmósfera/ donde apenas crece la espera«.

UNI6: La otra marea

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Aunque algunos lo crean esta mañana he visto un ángel. Como si fuera poco, y el sueño no intentara hacer sitio tras mis párpados, he podido conseguir asiento en el microbús de las seis de la mañana. Es la primera vez en algo más de un año que tomo la ruta que alguna vez tomara la extinta Ruta 6, es por ello que la historia, por más increíble que parezca, toma ese tinte onírico de las primeras veces o las últimas consecuencias.

Lo cierto es que he visto un ángel en la calle. Y no solo yo, el poeta con el que tuve la gracia de encontrarme también lo ha visto.

La cabina del microbús sigue siendo ese purgatorio constante y hediondo a malvivires que van de un extremo de la ciudad a otro. Niños lagañosos que chillan por lo temprano del desvelo, oficinistas con los zapatos percudidos de tierra de tanto caminar hasta llegar a una parada probable, alguna que otra suerte de sonrisa inmiscuida en el panorama de esta bestia que es Maracaibo hoy día.

Hace años, al llegar a esta ciudad, Maracaibo se me hizo una bestia descomunal. Atascos desde las cinco de la mañana, gran cantidad de ruido mañanero que se confundía con las miradas vivarachas de los transeúntes, buses algo vacíos y taciturnos pero repartiendo la misma cantidad de rugidos, por denominar de alguna forma la expresión maracucha. Esta bestia se comía a sí sola, un uróboros de temperaturas altas, así como sus pasiones culturales, pero que a día de hoy ya no conozco. A la bestia la han trasquilado, como me menciona el poeta a mi lado que ha dejado su libro de Ida Vitale a un lado para conversar conmigo.

Esta ciudad ahora es una bestia triste, de silencio incólume. En cada calle sorteamos las miradas vacías, expresiones faciales con olor a cloaca o una luz que nunca vuelve (y con esto no hacemos referencia a las fluctuaciones de la electricidad). Esos pocos que ahora se dan el lujo de usar el transporte público se debaten entre la comida o el transporte, quién sobrevive a la siguiente reacción social o cómo se cruza media ciudad a pie, bajo cuarenta grados centígrados y con los mismos zapatos que han mandado a remendar las veces que visitan Las Pulgas.

El poeta, ese amigo que no veía desde hacía varios meses, me comenta que ya no estudia porque la facultad cerró. Lo hace por internet junto a sus profesores que no han dejado de creer en él. Desde marzo la facultad no tiene luz, hasta se robaron los transformadores. Algunos dicen que los vieron en Maicao, pero no hay ninguna certeza, me comenta. Ahora trabaja en una librería de la ciudad donde lo único que recomienda son diferentes tipos de cartulinas o blocks de dibujo. Estuve varios meses trabajando como librero hace años, pero quién vende ahora libros si no tenemos ni papel para limpiarnos la boca (por no mencionar otra cosa). Sus observaciones son sucintas, tenemos casi la misma edad y el mismo tiempo en el panorama poético. Nuestra amistad, literaria por agregarle algún denominativo, se remonta al año 2015, cuando comencé el proyecto original de la columna Ruta 6 mientras él escribía también en Panfleto Negro, nuestra primera ventana digital para la expresión de lo que sentíamos.

La conversación fortuita, y que agradezco enormemente, es decorada por ese fluorescente mortuorio y único que alumbra el interior de la cabina de pasajeros. Esta unidad es un reflejo de aquello que sucede del otro lado de la pared metálica. Es imposible no recordar las miradas apagadas, algunas que voltean a vernos conversar de los males que nos unen y siento el hambre de los demás por unirse a nuestra conversación. Porque en esta ciudad, famosa por su gente de rápido y grandilocuente discurso, las personas ya no tienen nada que decir. Se han cansado de decirlo todo y aún con eso siguen teniendo la necesidad de expresarse, solo que ya no saben cómo. La sensación de derrota que muchos ahora experimentan se conjuga con aquello que sucede en la calle, esa oscura virtud de la resiliencia en medio de la devastación.

Pero es justo una cuadra antes que mi amigo se baje cuando vemos el ángel. En una intersección lo blanco de sus alas, a esas horas del amanecer insipiente por estos meses, es algo que refulge en nuestras miradas. »Somos lo que usamos como barco«, dice de repente el poeta recordando a Harry Almela y algunos de los pasajeros nos miran con cara de confusión, pero es la imagen, tan pasajera como nosotros, que nos hace latir de nuevo el corazón, y no como sitio fisiológico de ciclos sino como pequeña espina de luz en nosotros. Esa niña disfrazada de ángel que salta sobre el asfalto de la mano de su padre es una reminiscencia de lo que perdimos y que ahora nos negamos a encontrar por miedo a fracasar en la búsqueda.

Esta ciudad está rebatida entre dos mareas, indecisas en su destino pero encomendadas a formarnos un nuevo cuerpo, un vocabulario y una forma de supervivencia. Entiendo que mi camino diario al hospital es una nueva batalla entre las mareas que nos conforman, que sigo aquí, escribiendo a partir de la memoria de la ciudad que duerme pero que a veces despierta cuando la bestia da otro mordisco. Estamos aquí a merced de esos ángeles, epifanías mismas de la civilización que perdimos pero a la que debemos volver muy pronto, mientras las noches se hacen largas, el silencio se disuelve en nuestras bocas sedientas y la luz vuelve, poco a poco, a crecernos a partir de la sonrisa que volvimos a encontrar.

‘El Hogar es un nombre que pesa’ de Jorge Morales Corona: IV Premio de Cuento Santiago Anzola Omaña

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El cuento ‘El Hogar es un nombre que pesa’ de Jorge Morales Corona resultó ganador del IV Premio de Cuento Santiago Anzola Omaña (2019), galardón entregado el pasado viernes 25 de octubre de 2019 en la Librería El Buscón de la mano de Julieta Omaña, parte del jurado.

El veredicto fue dictado el domingo 20 de octubre firmado por el jurado conformado por Iraida Casique, Vicente Lecuna y Julieta Omaña, mencionada anteriormente. En el mismo el jurado destaca que, «En el cuento premiado se desarrolla una interesante superposición de tiempos, escenas y espacios que continuamente reta al lector, creando a través de tres partes la historia de una familia rota y sin esperanzas, que trata de sobrevivir en distintos aspectos y momentos. Del texto destacamos el refinado modo de dialogar con la realidad nacional donde se trabajan ciertas problemáticas como la pérdida del sentido de pertenencia, las injusticias y la supervivencia. El desarrollo de temáticas universales como el dolor, el sentido de vida y la desesperanza por medio de un lenguaje con delicadeza poética y fuerza narrativa. La profunda introspección psicológica lograda en la construcción de los personajes, donde se manejan distintas etapas de los miembros de la familia. El trabajo del suspenso y desconcierto al final del cuento que deja el texto de cierta manera abierto, pero sin miras de un mejor porvenir.»

Para conmemorar la premiación del cuento, Diana Contín, fundadora del Taller Editorial Contín (Costa Rica) publica una edición digital exclusiva del mismo junto al postfacio escrito por la editora española Natalia Gorriti: ‘La genealogía de las fracturas’. El ebook puede ser leído en ISSUU o descargado gratuitamente a través de este blog.

Link de ISSUU: https://issuu.com/jorgemoralescorona/docs/el_hogar_es_un_nombre_que_pesa_-_jorge_morales_cor

Descarga exclusiva del libro: El hogar es un nombre que pesa – Jorge Morales Corona (2019)

 

Ciudad(es) – Todo permanece

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Cada día son muchas las personas que palpan la soledad de las calles en la madrugada, una soledad habitada, una que no calla. Más allá de los puestos de comidas trasnochados, las esculturas de venta corporal y los malhechores avispados; todo en esta ciudad es habitado por una sensación solitaria.

Creemos reafirmar nuestro compromiso con la causa justa del oficio y el estudio como una obligación que nos permite caminar por las calles iluminadas tenuemente, pero sabemos que más allá encontramos personajes con las sombras extendidas, los ojos deshechos y la piel convertida en polvo. En la madrugada, la ciudad duerme y se fusiona con otros territorios sombríos.

Hoy es una nueva madrugada que recorre surcos inciertos de la piel que no termina de acostumbrarse a la humedad egoísta de las horas que preceden a la lenta aurora. El sonido es amplificado dentro de la resonancia propia del temor a lo que se esconde en la sombra, en lo que visiblemente parece brillar bajo la luz naranja del poste.

Ahí alguien dejó su nación, la libertad de su gente y la bandera de un bastión que perdió su territorio. En ese cartón que miro sólo queda la silueta de hormigas de algo que alguna vez fue una autonomía que rebasaba los límites políticos, económicos y sociales. Al despojo poco le importan los límites; a la noche, mucho menos.

Y por más que me haya acostumbrado a caminar largas distancias antes que el sol vuelva a salir, mi ciudad reside lejos de aquí. Estas calles ya no son conocidas ni pertenezco a su asfalto. Nunca había vivido entre tanto egoísmo y tanta sangre derramada. Es tenebroso oler el error que se encuentra entre las murallas mentales.

Muchos acuden a un rosario de razones, por demás erradas, de supervivencia. Yo recurro a la fábula de entes que nos acompañan dentro de la oscuridad iluminada fugazmente por los autos que se dirigen hacia ninguna parte. La luz, como toda virtud de salvación tiende a ser egoísta en sus designios. En ella no cabe tanta verdad.

Pero llegará el sol y todos permaneceremos. Es inevitable.

Llegará la noche de nuevo y volveremos a pertenecernos en esa comunión de la voz y la palabra. Ella es la única con rango de permanencia. Nosotros: sólo algo que apareció en torno a la luz.

CIUDAD(ES) – EL HUMO TRISTE

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Es normal que me atreva a vivir la ciudad, a padecerla y a disfrutarla. Es tan normal que ya el oficio de escribir sobre ella se ha convertido en un ejercicio mental de rutina. La diversidad que día a día se consigue entre sus calles, el color de los ojos que no miran, el estruendo violento de los conductores y la eterna dualidad del amor-odio con los otros transeúntes hacen que se perpetúe en la memoria tantas historias que se van convirtiendo en textos y proyectos alternos a estos.

Este nuevo proyecto, luego de Ruta 6 y No son votos, son balas busca admirar más allá de la bruma que anega la cotidianidad. Hay ciudades veloces y otras lentas; hay algunas enamoradas y otras apesadumbradas; las encontramos bellas y demacradas; en fin, todos entendemos la ciudad como un cuerpo, un espíritu o una ceremonia de la que todos formamos parte.

Los textos que irán conformando este Ciudad(es) nos permiten encontrarnos dentro y fuera de lo urbano. Aquí la ciudad somos nosotros, nos nace desde dentro. Así que tú decides cuál es tu salvación o perdición. Al final, todos formamos parte del mismo corazón humano.

 

 

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Desde la madrugada los huesos se convierten en humo

En un oxígeno displicente

cacofonía de cornetas y velocidad

piernas que recorren más tramos que toda su vida

ciudad útil para la derrota

ciudad(es) obligadas a mirarse hasta el atardecer

de ojos exiguos

y corazón aún latente

piel de cartón              y gritos/muchas bocas vacías

que habitan una ciudad diferente a la mía

una dividida por lo que nos dejó de pertenecer

 

los huesos

la piel              el hambre

habita la ciudad de los ojos marcados en pasado

del humo triste que recuerda

al sonido dispar de las manos sin poder orar

lágrimas que es mejor tomar

empacarlas

y partir hacia la ciudad del otro

habitarnos para santificar lo poco que nos han dejado

hacer del hueso algunos humos

y tomar un vuelo hacia donde nos pertenezca

el suelo            el aire              la realidad

es poco            y casi mucho

lo que otra vez hemos perdido

 

pero

nadie se destruye sin constituirse

el humo se condensa en lluvia

y el agua poco a poco nos pertenece a todos

al final

nos expropiaron la ciudad

pero no la pertenencia

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En honor al Dr. Paúl Moreno. Un héroe de bata blanca

 

Desde hace años en Venezuela impera una incertidumbre: no saber si volverás a casa. Esa parece ser el primer y último pensamiento de cada venezolano al levantarse o acostarse tras el monótono día del reprimido, quizá por el miedo o por la irresolución de esta suerte que el destino tiene echada sobre el país.

Son muchos los que se desligan de ese temor crónico que ha venido creciendo con el pasar de los años, acentuado con el crecimiento de ese brazo paramilitar que el gobierno fue alimentando y atrayendo hacia ellos como el mejor escudo que un tirano pueda tener. Y es concebible el miedo, lo es desde cualquier punto de vista porque nadie sale a la calle con el deseo de morir. Nadie.

Pero quienes tienen secuestrada a Venezuela parecen poseerlo.

Hoy muchos hemos salido con esa incógnita que, aunque gastemos ingentes maneras de decirlo, solemos negar después de pedirle protección a cualquier deidad.

 

Como cada día, se acomodan en varias filas los paramédicos “Cruz Verde” que, bajo juramento altruista, ayudan a salvar a la población que exige valer sus derechos sobre el desconocimiento imperante de parte de quienes ostentan el poder “legal”, si así se les puede catalogar.

Ellos son guerreros intelectuales y pragmáticos, en sus uniformes se quedan tantas historias al día, tantas lágrimas, gotas de sangre, sueños, súplicas y sobre todo, vidas que han sido salvadas por su loable labor en medio de los aciagos momentos que atraviesa el país. Aunque cabe resaltar que ninguno de ellos busca reconocimiento.

Detrás de sus máscaras sólo hay personas que quieren ver libre su país, tener a su alcance el futuro que parece esquivo día a día. Porque nacieron para salvar vidas, para salvaguardar la sanación y curar las heridas, para ser ciudadanos del mundo con un solo sentimiento el cual  no los aparta de su pasión por la humanidad, por las almas que arriesgan su vida por salvar la de ellos y su ansiado futuro.

Porque entienden que esta es una lucha de todos y no se pueden rendir. Sólo les queda ayudar a conquistar la libertad.

 

Es bonito verlos encomendarse a su protector, con fervor dirigen sus plegarias mirando al cielo. Ellos salen con la misma incertidumbre de todos los días. Confían en regresar a casa con la única certeza de que salvaron vidas. Por eso su protección espiritual y física, por eso cada una de las sonrisas con las que salen a socorrer al necesitado y hacer valer la verdadera patria en la que fueron criados. No una ideológica, sino una de raíces ancestrales, de libertad proclamada, sin esclavitud mental o atraso socioeconómico.

No recuerdan a los héroes patrios, ni a los presidentes que precedieron el desastre. Sólo recuerdan el país en el que ellos nacieron, en los amaneceres que les han robado, la alegría que les han quitado, en la virtud de disfrutar algo que hace rato ya no es lo mismo.

Lo único que necesitan es mucho más tiempo para poder vivir lo que en veinte años de gobierno les quitaron.

 

Otro inocente. En la vida de otro venezolano la incertidumbre se hizo certeza y nunca más volvió a casa. Como reza una frase famosa de las protestas de 2014: se fue a luchar por Venezuela; y si no volvió fue porque se fue con ella.

Lo más triste de todo es que hay personas que se burlan de su muerte, hacen de su sacrificio y entrega una broma macabra y vengativa. Eso tiene la ceguera ideológica. Para ellos no fue un ser humano quien murió, fue un enemigo que lo “merecía”.

Pero nadie merece este dolor. Venezuela no merece este dolor. ¿Es que acaso los jóvenes deben morir peleando por un error que ellos no cometieron? ¿Este inocente se merece una burla? ¿Nuestros jóvenes merecen un final así, tan atroz, tan sanguinario y bestial? ¿Es que acaso todo se trata de asesinatos selectivos, donde los que caen son aquellos que decidieron edificar y construir un mejor país?

Él murió luchando, movido por la pasión que lo llevaba a usar su casco de “Cruz Verde” en esta lucha por la libertad. Los que estudian medicina, incluyendo mi caso personal, lo hacemos para salvar vidas, no para que nos la quiten.

 

En sus palabras: «Yo no necesito que me expliquen por qué tengo que ir a sentarme en la autopista por 10 días seguidos si es necesario. Mi libertad y mi salud mental lo merecen, mi país lo vale. Hay que dejar de esperar la solución fantasiosa, inmediata y empoderarse, saber que está en nuestras manos seguir presionando, que la libertad no se rescata en un día, ni basados en intereses individuales. […] Nosotros no tenemos armas, pero somos más. Vamos pa’lante, con fe. […] Busca dentro de ti y saca el pecho y ten paciencia. RESISTE Y AYUDA A RESISTIR. Que Dios los bendiga.» Paúl Moreno (1992 – 2017).

 

Por siempre hermano.

REFLEJOS COTIDIANOS (Edición especial)

En conmemoración del Día Mundial de la Poesía, celebrado el pasado 21 de Marzo, Jorge Morales Corona en su compromiso con la difusión de la cultura y la literatura pone a disposición una versión especial de su próximo poemario «Reflejos Cotidianos» para descarga directa y gratuita este 24 de Marzo de 2017.

Desde la redacción del site, nos complace poner a disposición este poemario que según el escritor venezolano José María Sebastiani «No tengo dudas sobre ninguno de los versos que componen este “Reflejos cotidianos”, esos en los que se vive la esperanza, la discusión de la mente y el alma, la reflexión eterna entre dos entes que no vienen a ser nadie más que el mismo creador, un análisis que recorre pasajes de toda su vida, de todo el camino recorrido y que nos lleva, poco a poco, a un encuentro con su madurez y composición espiritual. Ahí reside todo: en el alma, en el fin del principio y en el principio del final; un uróboros que se nos revela obra tras obra pero que se expande a realidades paralelas, dimensiones que cruzamos gracias a la pluma precisa e ingeniosa de un Jorge Morales Corona llevado al extremo espiritual, a esa percepción extracorporal de la mente ansiosa por volver a casa y que encuentra que su hogar siempre fue el camino en el que aprendió a sentir.», mismo que firma la introducción titulada «El Reflejo Ansioso».

El Diseño interior y de arte estuvo a cargo de Jorge Morales Corona, al igual que el montaje junto a Carla Da Silva. La corrección de textos estuvo a cargo de José María Sebastiani.

 

DESCARGA «REFLEJOS COTIDIANOS» AQUÍ: REFLEJOS_COTIDIANOS_LIBRO

¡Feliz Navidad!

 

Fue mucho lo que sucedió en este ciclo que pronto se completa. 2016 fue uno de los años que perpetuaron el sentimiento del NO en la población venezolana, esa que tanto vi desfilar entre los pasillos de las Ruta 6 o las UNI 6, o simplemente esos actores anónimos que dejaron historias y que se convirtieron en los ojos que ven más allá del nombre de la propaganda política con la que se quiera tintar el país.

Desde mi ejercicio como escritor, comprendo cada día que el final de otro ciclo se termina, pues las conjuras para el devenir de promesas que no se cumplieron, atracciones económicas que sólo beneficiaron a fantasma o el eterno orgullo latinoamericano manchado por la demagogia han sido las insignias de esta etapa oscura de la Venezuela democrática.

Muy a pesar de los tragos amargos (y a veces venenosos) de este 2016, quiero desearles junto a la redacción de este site (Roberto Berger e Ignacio “Nacho” Poveda) una FELIZ NAVIDAD porque en la unión de las familias está el mejor regalo para celebrar. Dejemos afuera el pesimismo y la preocupación por un momento, por lo que resta de 2016 y démonos el lujo de vivir y así recibiremos sonriendo el año que se avecina, así traiga consigo una tormenta (en el sentido figurado) a nuestra Venezuela.

Feliz Año 2017, que nos sobre vida y que no haga falta nada para probar que aún en el mundo hay cosas dulces.

¡Y QUE BRILLEN LAS LETRAS VENEZOLANAS!

***

Más pronto que tarde, nos volveremos a ver y a sentar a conversar… en una Ruta 6.

 

Jorge Morales Corona

Escritor